sábado, 26 de mayo de 2012

No cazar, zona de mujeres




NO CAZAR


Dicen que los hombres son cazadores. Coincido, confieso ahora sin mucho énfasis en el asunto, pues la experiencia lo dicta así y cada historia lo reclama de ese modo.

Es normal ver hombres con sus armas poco refinadas buscando presas, con su testosterona a flor de piel y su virilidad como muestra. Todo hombre nace cazador, y el que no, no entra en el circuito heterosexual de la vida. No es difícil distinguir cuando una mujer es el objetivo de muchos cazadores, pues el asecho es claro y persistente.

Tristemente, sólo hay uno que se lleva aquella piel a su cama y que luego fanfarronea. El resto, busca otros objetivos y todo comienza nuevamente. También, debo agregar, es sabido que los hombres sí pueden estar persiguiendo la misma presa por muchos años, décadas y no desencantarse...pero la naturaleza dicta que el hombre siempre está buscando algo más apetecible (A pesar de cualquier excusa).

Ahora bien, mi relato no va por ese lado, sino por el lado femenino.

Las mujeres tenemos la naturaleza de animalillo indefenso, no más indefenso que un felino salvaje claro está.

¿Gatitas o leonas? Frente a un mundo donde los hombres no cazan, debo decir, que las mujeres adoptan el papel necesario para complacer a su objetivo. Y ésta es una de esas historias...

Sólo podría haber concertado una cita de ese ámbito en una sala de chat caliente. Las frecuento, les digo con franqueza, pues no hay mayor placer que el encontrar entre una manada de idiotas iletrados alguien que con pocas palabras desencadene algo más que “curiosidad” en la cabeza. Fue de un contacto que saqué de ahí, una mujer bisexual que deseaba un favor mío y que por ende agregué a MSN para saber cuál era y si entraba en mis límites.

Les reconozco a su vez, que los encuentros con mujeres en mi vida, en esa época, eran algo que me intimidaban y me hacían retroceder un poco.

Sucedió así:

Mi amiga solicitó mi presencia en un lugar, que determiné luego que era su departamento. Me dijo que en ese lugar iba a estar ella y su pareja actual, la cual era una mujer cercana a los 20 años. Mi amiga, un poco mayor, le había prometido discreción total con respecto a la persona que iba a estar ahí.

Previamente, me había explicado que su polola era tímida y recién había empezado su vida sexual con mujeres. Yo le pregunté qué debía hacer y ella sólo dijo: Mirar.

Mirar siempre ha sido mi fuerte. Me gusta observar casi todo tipo de cosas, memorizar algunos movimientos y otros simplemente adoptarlos como esencia mía. Acepté sin pensarlo mucho.

¿Condiciones? No podía masturbarme si me calentaba ni tampoco podía entrometerme entre ellas. Era una de las fantasías de la polola que le había costado soltar, y que como me contaba mi amiga, no había ni siquiera planteado en no cumplirla pues a ella también le gustaba la idea.

Llegué ese día a su departamento. Las saludé y conversamos un rato. Estaba oscuro y me preguntaron si quería algo para tomar.

Vodka. Eso pedí estratégicamente pues al ser una bebida neutra, no me producía los estragos del ron u otro destilado. Sólo me relajaba, pues a penas las vi supe que se venía algo complejo para mi mente.

Mi amiga un poco más baja que yo, contextura mediana y las medidas justas, sin destacar la delantera ni la trasera. Su polola, a diferencia, era y es una de las mujeres que más me han llamado la atención.

Quizás era la inocencia, pues debo confesar que nunca me han agradado las caras de las estrellas pornos ni de cualquier mujer que brille por su cara de caliente (No logran llegar a mi lívido, pues la convicción de la falsedad brota en todas partes). Ella tenía aquel brillo inocente en los ojos, era pequeña y de contextura delgada. Femenina hasta las orejas, y me sonreí al pensar eso.

Seguimos conversando con tranquilidad, tomando poco y escuchando música (una seudo hippie que hacía mis nervios tiritar). Me retraje por unos instantes y al volver las vi besándose.

Mi amiga le acariciaba el pelo y enredaba sus dedos en la nuca de la otra. No entendí porqué, pero la escena no me pareció sexual, más bien conmovió algo en mí que nada más había hecho. Pero las imágenes siguientes hicieron que mi entrepierna se sujetara con anticipo.

Ambas siguieron, con besos y caricias que se profundizaban hasta donde la ropa topase. Una de ellas coló su mano por debajo de la polera y acarició con presteza uno de los pechos que se irguieron con excitación ante la caricia. Me vi rodeada de recuerdos, de manos atrapando mis pezones con la misma dedicación y me excité.

No me permití parpadear mucho.

Al ver aquellos besos, caricias, se podía notar quién cazaba y quién era la que huía; quien dominaba y quien sucumbía; quien ocupaba el arnés, quien llevaba el ritmo, quien abría las piernas, y un sin fin de apodos cariñosos para los roles.

La niña tímida era quien abría sus ojos de vez en cuando para leer el cuerpo de su polola, para saber qué deseaba, y por consecuencia, qué era lo que debía hacer.

Agradecí no estar en ese sillón, pues jamás había visto la escena desde el puesto del tercero y sabía que estar en aquel sillón afectaría mis sentidos más que la cuenta. Me dediqué a mirar hasta que mi amiga se sacó su polera y miró a su polola con una invitación exclusiva a su cuerpo.

Mordí mis labios ante la expectación. Mi amiga me miró y me indicó su pieza. Sin esperar respuesta la tomó de la mano y yo me fui justo detrás de ellas. Había un pequeño sillón y ahí me acomodé.

Mi amiga se sentó a horcajadas sobre su polola y le ayudo a sacarse la polera y el sostén. Subió hasta quedar en un ángulo de 90 grados y observó sus pechos. Miraba el rostro tímido y sonrojado y sentía dicha, aquel placer que compromete ser el foco de atención de un solo par de ojos (sin agregarme). Supe enseguida que el placer de ella yacía en el deseo, en sentirme deseada.

Acarició uno de sus pechos y sus pezones e endurecieron. Quien estaba arriba sonrió y su mano vagó al otro, hasta que la cadera de su polola se levantó en reacción. Lamió uno de los pezones y lo atrapó entre sus labios, presionó con determinación hasta sentir los jadeos de su pareja.

Veía las escenas como alguien externa, como desde un pequeño agujero en la pared, sintiéndome infame y excitada a la vez, con la malicia corriendo en mis venas. Entendí al Voyer en su casi total expresión y comprendí el porqué la niña tímida lo había pedido. Comprendí a su vez porque muchos de mis amigos me había pedido estar en la misma pieza mientras tenía sexo con otro, porque la emoción de ver algo así iba más allá de la admiración y la calentura, a un nivel exclusivo.

El poder de la escena se intensificó al ver sus cuerpos frotándose, al ver sus rostros, al sentir sus movimientos como parte de los míos. Una acariciaba con exceso de delicadeza el clítoris de la otra; una acunaba y presionaba entre sus manos los pechos; otra gemía de placer y tanteaba con sus manos y sus piernas a la otra; una abría las piernas en busca de más y otras simplemente llevaba su boca hasta el centro de la humedad misma.

Y claro, el sexo oral entre mujeres es algo mítico que transmite un acoplamiento de cuerpos interesantes. Me dieron ganas de probar el sabor, de sentir en mi lengua enredándose en ese clítoris y no sólo estar sentada observando. Casi me muerdo la lengua.

Luego de un rato, donde mi amiga tenía hundida su cabeza entre aquellas piernas, miré más arriba y supe el momento exacto donde quien recibía oral comenzó a sentir las oleadas del orgasmo aproximándose. Fue en ese momento cuando mi garganta se secó sin remedió alguno.

Ver la espalda un tanto arqueada, los pechos levantados y sus manos buscando algo en qué aferrarse...aquel todo que dejaba la calentura en un escalón más arriba. Gimió el nombre de mi amiga, que tristemente comenzaba igual que el mío, y lo hizo más de una vez.

Al acabar, bajó sus manos al pelo de mi amiga y tironeó suavemente de él. Ella sacó su cabeza de ahí y subió a besarla. Con las piernas entrecruzadas, me percaté de la sensibilidad que había entre ellas, aquella excitación por lo mínimo y el disfrute de la belleza de una manera diferente.

Los hombres no cazan en ese territorio, por ende, los animalillos andan sin miedo al rechazo.

Debo agregar, con tristeza, que esas imágenes son las más claras en mi cabeza hasta el día de hoy. Quizás el hecho de que mi amiga no lograba atraerme me hizo olvidar el punto en que ella logró el orgasmo, pues su polola eclipsaba sin duda las sensaciones en mí y todo llegó a su punto al verla acabar.

No soy lesbiana, digo con claridad, pues jamás podría mantener una relación amorosa con una mujer. Puedo sentir aquella atracción abismante, pero no la sensación de protección que un cazador me da.

Eso fue lo que recordé hoy.

martes, 8 de mayo de 2012

Esto es lo que deseo




Esto es lo que deseo...

Un día cualquiera, invitarte a conocer mi ciudad. Ir a buscarte por la mañana, conocerte, hablar un rato, mirarte y reírme hacia el lado. Tonteras. Deseo acercarme a ti y susurrarte al oído cuanta palabra se me venga a la mente; palabras calientes, acciones que no me dejan dormir por el libido agolpándose en mi entrepierna. Sí, cosas que me gustaría hacerte y me mojan de solo pensarlas.

Deseo caminar en silencio hasta el un lugar tranquilo, y antes de llegar, llamar a mi pololo y decirle que voy en camino, que me espere desnudo porque voy el doble de caliente. Subir hasta la azotea de su departamento y arrinconarte en una pared. Besarte, claro. Poner mis manos justo donde termina tu cintura y comienzan tus pechos. Deseo tocarlos, saber cómo se sienten sobre mis manos, sentir tus pezones endureciéndose bajo tu ropa. Quizás incluso mis propios pezones se endurezcan de excitación.

Quiero ir y presentarte a mi pololo, quizás seguir dándonos besos, hasta que alguna de las dos entre en confianza. Quizás te invite a la cama, te diga que te acuestes y que si quieres te saques la ropa porque deseo esposar tus manos detrás de tu espalda. Me miras con cara de calentura y te sacas la ropa. Quizás lo hago yo también mientras. Mi pololo mira la situación extasiado y yo lo beso a él mientras tú te sacas la ropa.

Te pongo las esposas y las abrocho a tu espalda. Tus pechos se levantan y eso excita el ambiente. Puedo escuchar una exclamación de mi pololo diciendo que quiere tocarte. Lo hago yo primero y te miro, te pregunto si estás mojada. Me dices que sí. Me sonrío y te pido que te pongas en cuatro sobre la cama, con tu cabeza apoyada en el colchón.

Me acerco y te abro las piernas. Paso un dedo por entre tu clítoris y llego hasta donde todo pareciera estar húmedo, me sonrío. Me recuesto de espalda y pongo mi cabeza justo en medio de tus piernas. Acaricio tu clítoris lento primero, mi lengua sólo rodea y divaga hasta llegar al centro. Froto mi lengua ahí y te escucho gemir. Me calienta escucharte gemir.

Me detengo e introduzco un dedo dentro de tu vagina. Está caliente, húmeda y un tanto renuente. Mi dedo aprieta la entrada y lo saco. Sí, estás tan mojada como yo.

Te levanto de la cama y cambio de posición tus esposas. Las traigo adelante. Mi pololo, sin ropa, me acerca su pene para chuparlo. Te miro y te invito a hacerlo junto conmigo. Ambas nos ponemos de rodillas y antes nos besamos. Empiezas a lamer despacio por un lado y yo por el otro. Yo lo meto en mi boca y aprieto mis labios mientras lo deslizo hacia afuera. En cuanto sale de mi boca tú lo metes en la tuya y haces lo mismo.

Nos turnamos, un rato tú te lo quedas más y otro rato soy yo. Escuchamos los jadeos rápidos y nos detenemos. Miro a mi pololo y le susurro algo. Él me mira y yo te miro a ti.

Esto es lo que deseo...

Te libero de las esposas para que puedas desplazarte con mayor facilidad. Mi pololo se sienta en uno de los bordes de la cama y tú te pones con el trasero levantando y comienzas a meterte el pene de él en tu boca. Me pongo el arnés y me subo a la cama también. Tomo tu trasero y comienzo a lamerlo, a excitarlo de apoco y con mis dedos utilizo la lubricación para hacerte ceder. Te meto un dedo y presiento que estás lista.

Con cuidado te comienzo a penetrar, lento, retrocediendo, y una vez que está todo adentro sonrío al oírte gemir. Te digo que sigas chupándoselo a mi pololo y me haces caso. Sonrío y comienzo a penetrarte una y otra vez, con cierta delicadeza al principio que se pierde tras escucharte gemir más fuerte. Claro, si tuviese testículos estaría segura de que chocarían contra ti con fuerza.

Mi pololo se detiene y me pide que me saque el arnés. Lo miro y él tiene el control nuevamente sobre mi calentura. Me pide que me abra de piernas y me penetra. No soy testigo de mi propia calentura hasta que él me hace percatarme. Gimo y te miro. Estás como extrañada y recuerdo que quizás jamás hayas visto algo así en persona. Te pido que te subas sobre mi cara. Te sonríes perversamente y lo haces. Mientras tú acerca tu cara hacia donde está el pene, con cierta sorpresa. Un sesenta y nueve casi, de no ser porque yo te lamo a ti y tu lames a mi pololo.

Decidimos que ya es tiempo de hacerlo acabar. Nos levantamos y nos dedicamos a chupar, lamer y meter el miembro en nuestras bocas.

Esto es lo que deseo...

Él dice que abramos la boca y nos cae el semen en la cara, dentro de la boca, en los pechos. Y entonces recuerdo que deseo compartir el semen de mi boca en la tuya. Nos besamos y de cierto modo quedamos lamidas y pegajosas pero libre de semen. “Que no se desparrame nada” era un buen consejo después de todo.

Deseo hacerte acabar.

Esto es lo que deseo.