NO CAZAR
Dicen que los hombres son cazadores.
Coincido, confieso ahora sin mucho énfasis en el asunto, pues la
experiencia lo dicta así y cada historia lo reclama de ese modo.
Es normal ver hombres con sus armas
poco refinadas buscando presas, con su testosterona a flor de piel y
su virilidad como muestra. Todo hombre nace cazador, y el que no, no
entra en el circuito heterosexual de la vida. No es difícil
distinguir cuando una mujer es el objetivo de muchos cazadores, pues
el asecho es claro y persistente.
Tristemente, sólo hay uno que se lleva
aquella piel a su cama y que luego fanfarronea. El resto, busca otros
objetivos y todo comienza nuevamente. También, debo agregar, es
sabido que los hombres sí pueden estar persiguiendo la misma presa
por muchos años, décadas y no desencantarse...pero la naturaleza
dicta que el hombre siempre está buscando algo más apetecible (A
pesar de cualquier excusa).
Ahora bien, mi relato no va por ese
lado, sino por el lado femenino.
Las mujeres tenemos la naturaleza de
animalillo indefenso, no más indefenso que un felino salvaje claro
está.
¿Gatitas o leonas? Frente a un mundo
donde los hombres no cazan, debo decir, que las mujeres adoptan el
papel necesario para complacer a su objetivo. Y ésta es una de esas
historias...
Sólo podría haber concertado una cita
de ese ámbito en una sala de chat caliente. Las frecuento, les digo
con franqueza, pues no hay mayor placer que el encontrar entre una
manada de idiotas iletrados alguien que con pocas palabras
desencadene algo más que “curiosidad” en la cabeza. Fue de un
contacto que saqué de ahí, una mujer bisexual que deseaba un favor
mío y que por ende agregué a MSN para saber cuál era y si entraba
en mis límites.
Les reconozco a su vez, que los
encuentros con mujeres en mi vida, en esa época, eran algo que me
intimidaban y me hacían retroceder un poco.
Sucedió así:
Mi amiga solicitó mi presencia en un
lugar, que determiné luego que era su departamento. Me dijo que en
ese lugar iba a estar ella y su pareja actual, la cual era una mujer
cercana a los 20 años. Mi amiga, un poco mayor, le había prometido
discreción total con respecto a la persona que iba a estar ahí.
Previamente, me había explicado que su
polola era tímida y recién había empezado su vida sexual con
mujeres. Yo le pregunté qué debía hacer y ella sólo dijo: Mirar.
Mirar siempre ha sido mi fuerte. Me
gusta observar casi todo tipo de cosas, memorizar algunos movimientos
y otros simplemente adoptarlos como esencia mía. Acepté sin
pensarlo mucho.
¿Condiciones? No podía masturbarme si
me calentaba ni tampoco podía entrometerme entre ellas. Era una de
las fantasías de la polola que le había costado soltar, y que como
me contaba mi amiga, no había ni siquiera planteado en no cumplirla
pues a ella también le gustaba la idea.
Llegué ese día a su departamento. Las
saludé y conversamos un rato. Estaba oscuro y me preguntaron si
quería algo para tomar.
Vodka. Eso pedí estratégicamente pues
al ser una bebida neutra, no me producía los estragos del ron u otro
destilado. Sólo me relajaba, pues a penas las vi supe que se venía
algo complejo para mi mente.
Mi amiga un poco más baja que yo,
contextura mediana y las medidas justas, sin destacar la delantera ni
la trasera. Su polola, a diferencia, era y es una de las mujeres que
más me han llamado la atención.
Quizás era la inocencia, pues debo
confesar que nunca me han agradado las caras de las estrellas pornos
ni de cualquier mujer que brille por su cara de caliente (No logran
llegar a mi lívido, pues la convicción de la falsedad brota en
todas partes). Ella tenía aquel brillo inocente en los ojos, era
pequeña y de contextura delgada. Femenina hasta las orejas, y me
sonreí al pensar eso.
Seguimos conversando con tranquilidad,
tomando poco y escuchando música (una seudo hippie que hacía mis
nervios tiritar). Me retraje por unos instantes y al volver las vi
besándose.
Mi amiga le acariciaba el pelo y
enredaba sus dedos en la nuca de la otra. No entendí porqué, pero
la escena no me pareció sexual, más bien conmovió algo en mí que
nada más había hecho. Pero las imágenes siguientes hicieron que mi
entrepierna se sujetara con anticipo.
Ambas siguieron, con besos y caricias
que se profundizaban hasta donde la ropa topase. Una de ellas coló
su mano por debajo de la polera y acarició con presteza uno de los
pechos que se irguieron con excitación ante la caricia. Me vi
rodeada de recuerdos, de manos atrapando mis pezones con la misma
dedicación y me excité.
No me permití parpadear mucho.
Al ver aquellos besos, caricias, se
podía notar quién cazaba y quién era la que huía; quien dominaba
y quien sucumbía; quien ocupaba el arnés, quien llevaba el ritmo,
quien abría las piernas, y un sin fin de apodos cariñosos para los
roles.
La niña tímida era quien abría sus
ojos de vez en cuando para leer el cuerpo de su polola, para saber
qué deseaba, y por consecuencia, qué era lo que debía hacer.
Agradecí no estar en ese sillón, pues
jamás había visto la escena desde el puesto del tercero y sabía
que estar en aquel sillón afectaría mis sentidos más que la
cuenta. Me dediqué a mirar hasta que mi amiga se sacó su polera y
miró a su polola con una invitación exclusiva a su cuerpo.
Mordí mis labios ante la expectación.
Mi amiga me miró y me indicó su pieza. Sin esperar respuesta la
tomó de la mano y yo me fui justo detrás de ellas. Había un
pequeño sillón y ahí me acomodé.
Mi amiga se sentó a horcajadas sobre
su polola y le ayudo a sacarse la polera y el sostén. Subió hasta
quedar en un ángulo de 90 grados y observó sus pechos. Miraba el
rostro tímido y sonrojado y sentía dicha, aquel placer que
compromete ser el foco de atención de un solo par de ojos (sin
agregarme). Supe enseguida que el placer de ella yacía en el deseo,
en sentirme deseada.
Acarició uno de sus pechos y sus
pezones e endurecieron. Quien estaba arriba sonrió y su mano vagó
al otro, hasta que la cadera de su polola se levantó en reacción.
Lamió uno de los pezones y lo atrapó entre sus labios, presionó
con determinación hasta sentir los jadeos de su pareja.
Veía las escenas como alguien externa,
como desde un pequeño agujero en la pared, sintiéndome infame y
excitada a la vez, con la malicia corriendo en mis venas. Entendí al
Voyer en su casi total expresión y comprendí el porqué la niña
tímida lo había pedido. Comprendí a su vez porque muchos de mis
amigos me había pedido estar en la misma pieza mientras tenía sexo
con otro, porque la emoción de ver algo así iba más allá de la
admiración y la calentura, a un nivel exclusivo.
El poder de la escena se intensificó
al ver sus cuerpos frotándose, al ver sus rostros, al sentir sus
movimientos como parte de los míos. Una acariciaba con exceso de
delicadeza el clítoris de la otra; una acunaba y presionaba entre
sus manos los pechos; otra gemía de placer y tanteaba con sus manos
y sus piernas a la otra; una abría las piernas en busca de más y
otras simplemente llevaba su boca hasta el centro de la humedad
misma.
Y claro, el sexo oral entre mujeres es
algo mítico que transmite un acoplamiento de cuerpos interesantes.
Me dieron ganas de probar el sabor, de sentir en mi lengua
enredándose en ese clítoris y no sólo estar sentada observando.
Casi me muerdo la lengua.
Luego de un rato, donde mi amiga tenía
hundida su cabeza entre aquellas piernas, miré más arriba y supe el
momento exacto donde quien recibía oral comenzó a sentir las
oleadas del orgasmo aproximándose. Fue en ese momento cuando mi
garganta se secó sin remedió alguno.
Ver la espalda un tanto arqueada, los
pechos levantados y sus manos buscando algo en qué aferrarse...aquel
todo que dejaba la calentura en un escalón más arriba. Gimió el
nombre de mi amiga, que tristemente comenzaba igual que el mío, y lo
hizo más de una vez.
Al acabar, bajó sus manos al pelo de
mi amiga y tironeó suavemente de él. Ella sacó su cabeza de ahí y
subió a besarla. Con las piernas entrecruzadas, me percaté de la
sensibilidad que había entre ellas, aquella excitación por lo
mínimo y el disfrute de la belleza de una manera diferente.
Los hombres no cazan en ese territorio,
por ende, los animalillos andan sin miedo al rechazo.
Debo agregar, con tristeza, que esas
imágenes son las más claras en mi cabeza hasta el día de hoy.
Quizás el hecho de que mi amiga no lograba atraerme me hizo olvidar
el punto en que ella logró el orgasmo, pues su polola eclipsaba sin
duda las sensaciones en mí y todo llegó a su punto al verla acabar.
No soy lesbiana, digo con claridad,
pues jamás podría mantener una relación amorosa con una mujer.
Puedo sentir aquella atracción abismante, pero no la sensación de
protección que un cazador me da.
Eso fue lo que recordé hoy.