lunes, 27 de junio de 2011

Entre otras cosas



La segunda vez que hice sexo oral, creo que fue la vez que la pasé más mal, por el simple hecho de que la persona que escogí realmente no la escogí, él se escogió y no paró de molestarme hasta que lo hice.

Quizás está bien meterse el miembro en la boca un rato, chuparlo y esas cosas, pero cuando se agregan otros factores, no es tan “rico” como podría llegar a serlo.

Recuerdo que era sábado y había salido con dos amigas al barrio Suecia, en donde está lleno de pubs y discotecas. Es impresionante lo mal que me hace tomar alcohol en público. Ahora me río, pero en ése momento no fue muy agradable.

Recuerdo haber tomado un par de ron-colas y cerveza, quizás. Nunca tomo en público o con hombres presentes, porque literalmente subo a un grado de excitación. Aquello lo había descubierto desde que comencé a tomar alcohol, pero se potencializó con la pérdida de la virginidad...ya nada podía detenerme, excepto el control sobre mi misma que siempre había tenido.

Me recuerdo bailando, conversando, tomando y de repente, me recuerdo a mi misma mirando con detenimiento cada persona del lugar. Era la primera vez que iba a una disco sin ser virgen, y aquello no me gustó en absoluto.

Me vi completamente caliente. Ni siquiera un poquito, sino que claramente excitada: los ojos levemente vidriosos, me molestaba la garganta, los pechos los tenía sensibles y claro, estaba la humedad entre mis piernas.

Un tipo se me acercó y me preguntó si quería bailar. Lo miré y sin pensar las consecuencias, salí a bailar. Me sentí torturada, literalmente torturada en ese momento.

No solo tenía problemas con la temperatura, sino que mi compañero de baile estaba obviamente empedernido en hacerme perder el control. Recuerdo el baile y los gemidos que dejé salir mientras bailaba. No era justo que él estuviese haciendo aquello. Lo miré y sin perder mucho el tiempo lo besé hasta que casi me ahogo. Me sonreí y se me salió el típico ronroneo que sin ninguna palabra decía muchas cosas.

Fue la primera vez que dejé a mis amigas abandonadas. Ellas siempre lo hacían, así que no me pareció raro irme con él a un lugar más privado.

Recuerdo haberme bajado de la micro y de ir caminando. De repente él me arrinconaba en una de las paredes y me subía la polera para agarrar mis pechos con sus manos y luego morder mis pezones con su boca.

Llegamos a un parque, en donde nos sentamos un rato. Las micros pasaban por al lado de nosotros, pero en realidad aquello poco me importó.

Sacó de entre el cierre de su pantalón y su boxer, algo que me pareció interesante y que por un par de segundos me hizo reír. Sin preguntárselo me levanté y me arrodillé justo al frente, entre sus piernas para luego meterme en mi boca su erección.

Estuve un rato, hasta que él me dice que me detenga porque venía gente por la calle. Me reí y me senté en la banca nuevamente para disimular un poco.

—¿Vamos?—le dije.

Él me miró y se levantó. Caminamos lo que habrá sido media cuadra, hasta llegar a otra banca en donde nos sentamos y volví a chuparsela. De repente él me dice que me baje los pantalones. Lo miro y me río.

—¡Estamos en Grecia con Pedro de Valdivia!—Le reclamé mientras me bajaba los pantalones y me ponía en alguna posición para que me la metiese.

Lo hizo y yo gemí. Él me tapó la boca y se rió.

—Te van a escuchar los vecinos...—me susurró mientras volvía a metérmela.

Entre risas, chupadas y metidas llegamos al departamento, pero claro, no tenía la condenadas llaves y tuvimos que entrar a la escalera de emergencia. Me senté en el suelo y lo miré por primera vez sin alcohol. No me gustó, era un niño para mí.

—¿cuántos años tienes?—le pregunté

—21— me dijo y me besó.

En ese momento, cuando la curadera ya había pasado, no quise estar con él en ese momento. Ni siquiera su forma de besar me gustaba, era tan de niño...demasiado inocente, demasiado inseguro. Me separé de él y sentí que debía irme. Ni siquiera estaba caliente y él ni siquiera recordaría mi nombre al otro día.

—mejor me voy—le dije y él se quedó mirando mi boca.

Lo sacudí y el me miró a los ojos.

—no te vayas todavía—me dijo mientras me ofrecía nuevamente su pene.

Me reí y cerré mi boca para que ni intentara meterlo ahí.

—Ya po, chúpamelo un poquito y te vas—me dijo.

Lo miré y sin pensarlo mucho le contesté “un poquito no más y me voy”. Claro, aquello se transformó en la peor experiencia que he tenido hasta ahora. Porque está bien estar un rato teniendo sexo oral, pero claro, siempre está la compensación a aquello...y en este caso, nada de eso pasó.

Me lo sacaba de la boca y perdía la erección. Me pareció de lo más deprimente que un niño tan joven tuviese aquellos problemas. Llegado un momento, me dijo que me dejaba ir cuando él se corriese. Yo lo miré con mi cara de emputecida y por primera vez me dieron ganas de mordérsela y salir corriendo, pero no lo hice.

Dejé que se follara mi boca y luego, cuando me dice que se va a correr y me pregunta dónde lo quiero, pensé seriamente en decirle que no me tirara ninguna de sus cosas a mí, pero tenía la curiosidad de saber qué gusto tenía el semen. Le dije en la boca.

Tres segundos después me vi inundada de un liquido pegajoso, con un sabor extraño que no conocía de ninguna parte. No pude tragarlo todo, porque era demasiado así que desvié el miembro de él hacia la pared, la cual ensució completamente.

Estuve un rato pensando. Me arreglé la ropa, lo miré y le dije “chao”. Salí de las escalera de emergencia como a las seis de la mañana, bajé al paradero y tomé la micro hacia mi casa. Sentía en mi boca el sabor aún, incluso sentía mi cara sucia y el cuerpo con olor a sexo. Me miré en uno de los reflejos de la ventana y comprobé para mi horror, que tenía la cara sucia, el pelo desordenado y olor a alcohol y a semen.

Me reí. Me puse los audífonos y me quedé dormida en el asiento de la micro. Llegué a mi casa, me lavé los dientes, me bañé, me puse el pijama y me dormí.

Aprendí bastantes cosas aquella noche: no tomar alcohol con hombres presentes, no irme con desconocidos... y comprobé por completo que no me gustan los hombres de mi edad.


domingo, 26 de junio de 2011

Eso

Luego de esperar años y cumplir la mayoría de edad suficiente para poder salir con “mayores” y que no fuese ilegal, decidí que era tiempo de comenzar a realizar las millones de fantasías que me atormentaron en la mayoría de mi adolescencia.

Lo primero que debía hacer era perder la molesta virginidad.

Recuerdo que un par de amigo se habían ofrecido para ayudarme, y finalmente, elegí al mayor de ellos que por razones obvias no nombraré de nombre y apellido.

Lo vi y no me gustó. Sentí que era demasiado pequeño para mí, pero de todas formas decidí seguir y ver qué pasaba a continuación. Hablamos un rato, lo que para mi fueron horas quizás, y luego sin más previo aviso, me besó.

Fue un beso lento, casi infantil, pero en ese momento me agradó. El simple conocimiento de saber lo que iba a pasar me hizo soltar un gemido en su boca y conseguir que él me mirase sorprendido. Realmente no sabía cómo debían actuar las jóvenes vírgenes, porque nunca lo había sido más que físicamente.

Recuerdo haber estado sentada al lado de él, acurrucada, besándolo y el siguiente recuerdo es estar a horcajadas sobre él, frotando mi cuerpo contra la entrepierna de él. Aquellas sensaciones fueron nuevas para mí, después de todo, jamás había practicado ningún tipo de sexo antes...por ende no tenía ni idea de lo maravilloso que se sentía el miembro excitado pidiendo salir del pantalón.

Lo primero que quise hacer, cuando ya casi no había ropa, fue sentir el miembro de él entre mis manos, sin ningún tipo de impedimento. Me sorprendí nuevamente, por la anatomía tan erótica que tenía.

Miré a mi compañero y tenía los ojos cerrados. Supuse que el movimiento de mi mano no estaba del todo mal, pero lo que yo realmente quería era meterlo en mi boca—como en la fantasía más básica de mi adolescencia. Se lo intenté preguntar de la forma más virginal que encontré, aún cuando en mi mente sólo lograba encontrar frases como “puedo chuparte el pico” o “Fóllame la boca”.

Finalmente, al ver mi desesperación por intentar decirlo correctamente, me dijo “chúpamelo un ratito”. Mi sonrisa de ese momento fue tan angelical que incluso él se sonrió.

Él iba a decir algo y justo antes de que pudiera hacerlo, comencé a pasar mi lengua por su glande y luego lo metí en mi boca para chuparlo. Era suave y blando, lo apreté con mis labios y bajé la punta de mi lengua lamiendo todo. Descubrí que me había encantado, simplemente eso.

Por supuesto, lo inexperta y el factor “miedo” jugaron un papel importante, pero obviando aquellos dos conceptos, el hecho de descubrir y de sentir en carne propia lo que era el famoso “sexo oral” me bastó. Disfruté cada segundo en que estuve haciéndolo; cada momento en que mi boca chupaba y mi lengua se colaba por entre el pliegue y el glande.

Claro, como había dicho “un ratito”, me dijo que me detuviera. Yo lo quedé mirando, con mis labios sujetando su miembro y una sonrisa de: si no puedes ofrecerme algo mejor, no me detengas.

—Ven, súbete a la cama—me dijo mientras tomaba una de mis manos y me ayudaba a subir.

Me puso de espaldas y abrió mis piernas con cuidado. Lo miré aterrada por lo que podría pasar a continuación y él me dijo que no me preocupara, que aún no lo iba a hacer. Le sonreí confiada en su criterio y me besó. Y cuando lo hizo, se acercó a mí, posando la cabeza de su miembro cerca de mi labios vaginales. Tomó su miembro y comenzó a masturbar mi clítoris con él.

Luego, sin previo aviso, bajó su cuerpo hasta mi entrepierna y su boca quedó justo al frente de lo que parecía el lugar más húmedo del lugar. Me sonreí y luego me mordí los labios al sentir uno de sus dedos deslizándose por entre mis labios: despacio, casi sin fuerza, como si fuese algo que estuviese haciendo al leer...ese condenado movimiento de dedos que me hizo gemir por lo que parecieron horas.

Abrió mis piernas más y comenzó a pasar la yema de su dedo índice por mi clítoris, apenas rozándolo, haciéndome sentir un cosquilleo por todas partes. Jamás me había tocado alguien de ese modo tan íntimo y tortuoso, ni siquiera yo lo hacía.

Sentí un movimiento rápido, casi fugaz, en donde él pasó su lengua rápida y profundamente desde el centro de la humedad hasta el clítoris hinchado y moribundo.

Luego de aquello supe perfectamente lo que venía. Él pasando su lengua rápidamente por el mismo lugar, masturbando de aquel modo y haciendo que me retorciera en la cama.

Recuerdo que mi primer orgasmo no tardó en llegar. Fue éxtasis y fue explotar en quinientos mil fragmentos de colores que se pegaban en las paredes de mi cuerpo, provocando un escozor, calor y placer que no pude controlar muy bien.

Cuando volví en sí me vi yendo nuevamente al mismo lugar y volviendo y yendo. Ni siquiera me había percatado de que estaba levantando las caderas y moviéndolas al son de la lengua de él.

Él se detiene y yo quedé botada, muerta por un rato en donde él se pone encima mío y comienza a masturbarme de la misma forma que lo había hecho anteriormente. Abrí los ojos y descubrí que quería que él me la metiese, quería tenerlo dentro mío...y dejarme de tonteras.

—¿lo quieres adentro?—me preguntó luego de un rato y yo abrí mis ojos, lo miré y sonreí como tonta.

—Sí—apenas dije.

Él puso mis piernas en sus hombros, tomo la base de su pene y la dirigió hacia mi orificio.

Comenzar a meter algo de aquel porte dentro mío fue horrible. El dolor era bastante, pero mi calentura era insoportable por lo que no alegué mucho.

Hubo un momento en que le dije que no siguiera, me miró y se estaba apunto de separar de mí, cuando me arrepentí y le dije que lo hiciera.

Creo que la frase que más adoré fue “ya está adentro”. Lo miré y lo besé, ya no inocentemente, sino que imitando lo que pasaría después. Moví mi cadera un poco y la unión de los cuerpos ya no era tan molesta como al principio, entonces él comprendió que debía seguir.

Se movió lento al principio, esperando que me acostumbrase y eso fue lo que hice. No fueron las sensaciones más agradables que he tenido, pero si me gustaron bastante.

Él salió de mí y me miró. Me reí y le dije “gracias”. Él me dijo “Ya no eres más una virginal niña”. Yo lo miré y por primera vez en mucho tiempo, sentí alivio. Me vestí y fuimos a esperar la micro.

Después de una cálida despedida, decidí que no quería verlo más en mi vida...y eso es lo que hice desde aquel momento.

Presentación con lógica básica





Nunca supe porqué pero jamás me gustaron los hombres de mi edad. Desde pequeña, cuando tuve consciencia de mi sexualidad en sí, no pude ser capaz de interesarme por alguien que fuese mi par, ni siquiera un poquito. Los miro, incluso ahora, y me parece que no son lo que quiero.

A corta edad me diagnosticaron un trastorno anímico que conllevaba una hipersexualidad o una manía excesiva por la sexualidad humana. Es interesante saber que gracias a aquello, he tenido diferentes resultados en mi vida.

Quizás la introducción a esta historia sea aquella simple explicación, más un par más, pero más que aquello, con esta historia me gustaría explicarle a aquellas personas que se han visto involucradas en mi manía, que en cierto modo, han deseado ser víctimas por un par de días...el porqué de lo que soy.

Los relatos contados a continuación van en orden cronológico, según mis recuerdos. Fantasías, relatos eróticos y algunas veces simples razonamientos a la sexualidad en sí.