domingo, 26 de junio de 2011

Eso

Luego de esperar años y cumplir la mayoría de edad suficiente para poder salir con “mayores” y que no fuese ilegal, decidí que era tiempo de comenzar a realizar las millones de fantasías que me atormentaron en la mayoría de mi adolescencia.

Lo primero que debía hacer era perder la molesta virginidad.

Recuerdo que un par de amigo se habían ofrecido para ayudarme, y finalmente, elegí al mayor de ellos que por razones obvias no nombraré de nombre y apellido.

Lo vi y no me gustó. Sentí que era demasiado pequeño para mí, pero de todas formas decidí seguir y ver qué pasaba a continuación. Hablamos un rato, lo que para mi fueron horas quizás, y luego sin más previo aviso, me besó.

Fue un beso lento, casi infantil, pero en ese momento me agradó. El simple conocimiento de saber lo que iba a pasar me hizo soltar un gemido en su boca y conseguir que él me mirase sorprendido. Realmente no sabía cómo debían actuar las jóvenes vírgenes, porque nunca lo había sido más que físicamente.

Recuerdo haber estado sentada al lado de él, acurrucada, besándolo y el siguiente recuerdo es estar a horcajadas sobre él, frotando mi cuerpo contra la entrepierna de él. Aquellas sensaciones fueron nuevas para mí, después de todo, jamás había practicado ningún tipo de sexo antes...por ende no tenía ni idea de lo maravilloso que se sentía el miembro excitado pidiendo salir del pantalón.

Lo primero que quise hacer, cuando ya casi no había ropa, fue sentir el miembro de él entre mis manos, sin ningún tipo de impedimento. Me sorprendí nuevamente, por la anatomía tan erótica que tenía.

Miré a mi compañero y tenía los ojos cerrados. Supuse que el movimiento de mi mano no estaba del todo mal, pero lo que yo realmente quería era meterlo en mi boca—como en la fantasía más básica de mi adolescencia. Se lo intenté preguntar de la forma más virginal que encontré, aún cuando en mi mente sólo lograba encontrar frases como “puedo chuparte el pico” o “Fóllame la boca”.

Finalmente, al ver mi desesperación por intentar decirlo correctamente, me dijo “chúpamelo un ratito”. Mi sonrisa de ese momento fue tan angelical que incluso él se sonrió.

Él iba a decir algo y justo antes de que pudiera hacerlo, comencé a pasar mi lengua por su glande y luego lo metí en mi boca para chuparlo. Era suave y blando, lo apreté con mis labios y bajé la punta de mi lengua lamiendo todo. Descubrí que me había encantado, simplemente eso.

Por supuesto, lo inexperta y el factor “miedo” jugaron un papel importante, pero obviando aquellos dos conceptos, el hecho de descubrir y de sentir en carne propia lo que era el famoso “sexo oral” me bastó. Disfruté cada segundo en que estuve haciéndolo; cada momento en que mi boca chupaba y mi lengua se colaba por entre el pliegue y el glande.

Claro, como había dicho “un ratito”, me dijo que me detuviera. Yo lo quedé mirando, con mis labios sujetando su miembro y una sonrisa de: si no puedes ofrecerme algo mejor, no me detengas.

—Ven, súbete a la cama—me dijo mientras tomaba una de mis manos y me ayudaba a subir.

Me puso de espaldas y abrió mis piernas con cuidado. Lo miré aterrada por lo que podría pasar a continuación y él me dijo que no me preocupara, que aún no lo iba a hacer. Le sonreí confiada en su criterio y me besó. Y cuando lo hizo, se acercó a mí, posando la cabeza de su miembro cerca de mi labios vaginales. Tomó su miembro y comenzó a masturbar mi clítoris con él.

Luego, sin previo aviso, bajó su cuerpo hasta mi entrepierna y su boca quedó justo al frente de lo que parecía el lugar más húmedo del lugar. Me sonreí y luego me mordí los labios al sentir uno de sus dedos deslizándose por entre mis labios: despacio, casi sin fuerza, como si fuese algo que estuviese haciendo al leer...ese condenado movimiento de dedos que me hizo gemir por lo que parecieron horas.

Abrió mis piernas más y comenzó a pasar la yema de su dedo índice por mi clítoris, apenas rozándolo, haciéndome sentir un cosquilleo por todas partes. Jamás me había tocado alguien de ese modo tan íntimo y tortuoso, ni siquiera yo lo hacía.

Sentí un movimiento rápido, casi fugaz, en donde él pasó su lengua rápida y profundamente desde el centro de la humedad hasta el clítoris hinchado y moribundo.

Luego de aquello supe perfectamente lo que venía. Él pasando su lengua rápidamente por el mismo lugar, masturbando de aquel modo y haciendo que me retorciera en la cama.

Recuerdo que mi primer orgasmo no tardó en llegar. Fue éxtasis y fue explotar en quinientos mil fragmentos de colores que se pegaban en las paredes de mi cuerpo, provocando un escozor, calor y placer que no pude controlar muy bien.

Cuando volví en sí me vi yendo nuevamente al mismo lugar y volviendo y yendo. Ni siquiera me había percatado de que estaba levantando las caderas y moviéndolas al son de la lengua de él.

Él se detiene y yo quedé botada, muerta por un rato en donde él se pone encima mío y comienza a masturbarme de la misma forma que lo había hecho anteriormente. Abrí los ojos y descubrí que quería que él me la metiese, quería tenerlo dentro mío...y dejarme de tonteras.

—¿lo quieres adentro?—me preguntó luego de un rato y yo abrí mis ojos, lo miré y sonreí como tonta.

—Sí—apenas dije.

Él puso mis piernas en sus hombros, tomo la base de su pene y la dirigió hacia mi orificio.

Comenzar a meter algo de aquel porte dentro mío fue horrible. El dolor era bastante, pero mi calentura era insoportable por lo que no alegué mucho.

Hubo un momento en que le dije que no siguiera, me miró y se estaba apunto de separar de mí, cuando me arrepentí y le dije que lo hiciera.

Creo que la frase que más adoré fue “ya está adentro”. Lo miré y lo besé, ya no inocentemente, sino que imitando lo que pasaría después. Moví mi cadera un poco y la unión de los cuerpos ya no era tan molesta como al principio, entonces él comprendió que debía seguir.

Se movió lento al principio, esperando que me acostumbrase y eso fue lo que hice. No fueron las sensaciones más agradables que he tenido, pero si me gustaron bastante.

Él salió de mí y me miró. Me reí y le dije “gracias”. Él me dijo “Ya no eres más una virginal niña”. Yo lo miré y por primera vez en mucho tiempo, sentí alivio. Me vestí y fuimos a esperar la micro.

Después de una cálida despedida, decidí que no quería verlo más en mi vida...y eso es lo que hice desde aquel momento.

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