miércoles, 30 de noviembre de 2011

Aquella noche triste de liberación

[Este relato va en un pedido especial que me hicieron]

Aquella noche triste de liberación


Tu voz quiebra el silencio ensordecedor, siempre con aquel tono al cual me entregué por completa. Me muevo de mi posición y el dolor de haber estado horas siendo utilizada de mesilla no llega a importarme en lo más mínimo. Sólo está tu voz llamándome, acariciándome desde lejos.

Acudo obediente, y mi cuerpo entero siente por adelantado lo que me pedirás ¿Será lo que siempre me pides?. Me humedezco y nada pareciera impedir aquello. Me arrodillo y le reverencio. Y es ahí cuando te levantas y comienzas a observarme: tu mirada autoritaria y protectora sobre mí espalda, sobre mis piernas, sobre mi cabello hacen que me muerda los labios y cierre mis ojos.

Sí, ahí está tu cariño invisible para el resto...demasiado concreto para mí. Adoro aquel cariño, adoro el cosquilleo que produces en mi piel.

Con la punta de tu zapato tocas mi trasero y me pides que lo levante. Lo hago lo más rápido que puedo y mi rostro se pega al piso.

Te das otra vuelta a mi alrededor, siento tus pasos cerca mío.

¿Hay algo malo en mí? Me encantaría preguntártelo, pedirte perdón, pedirte que me castigues. La vergüenza me asedia ahora, siento la repugnancia de haberte fallado.

—Di lo que tengas que decir—dices con intransigencia.

Quieres mis pensamientos ahora, quieres que te entregue mis temores, quieres que me entregue a ti completamente. Lo hago, lo hago cada respiro de mi vida, cada segundo. Soy tuya.

—¿Hay algo malo en mí, Mi Señor?—digo con temor a levantar mi mirada y ver tu rostro.

No me respondes, a cambio de eso, te sientas nuevamente.

—Levántate—dices.

Vuelvo a levantarme.

—Mírame Mor.

Siento un cosquilleo en mi nuca, en la punta de mis dedos, en mi estómago. ¿Me darás aquel honor?

Levanto mi rostro y mis ojos se dirigen hacia ti. Te veo y aquel regalo es algo tan grandioso para mí; me siento viva nuevamente. Eso lo sabes: mis ojos son mi vida. Tú eres mi vida.

Quisiera sonreírte, quisiera besarte, quisiera hacerte sentir bien...hacer que tu mente explotase de placer. Eso quiero para ti, amo.

Me miras y la excitación en tus ojos es latente. Puedo verte y ese es el don más preciado. Te excita mi desnudez, o mejor dicho, mi calentura reflejada en mi cuerpo.

Extiendes tu mano y veo que de ella cuelga la cadena. Me acerco y me arrodillo entre tus piernas. Te ofrezco mi cuello para que la enganches a mi collar. Me levanto y tu haces lo mismo. Eres muchísimo más alto que yo, soy un pequeño cuerpo cerca del tuyo.

Camino rápidamente siguiendo tus pasos y me adelanto para abrir la puerta de la habitación continua.

—De rodillas, ahora.

Y la calma con la que lo dices me sugiere tantas cosas.

—Eres mía.

Dices mientras te sacas tus pantalones.

—Si, Amo.

—Harás lo que yo diga

Dices mientras vuelves a tomar mi cadena y me indicas que me suba a la mesa de "revisión" de al frente.

Me arrodillo sobre la mesa y una vez más bajo mis hombros y mi cuerpo entero como reverencia. Te ofrezco mi cuello para que saques la cadena y lo haces lentamente.

¡Qué excitante suavidad en tus movimientos!

Tocas con la punta de la cadena mi espalda baja y me pides que suba nuevamente mi trasero.

Lo hago.

—Abre tus piernas—Dices mientras te acercas.

El calor de tu cuerpo se pega al mío. Puedo sentirlo, puedo sentir tu piel sobre la mía. Abro mis piernas rápidamente.

Te acercas a mí y con tu mano tocas mi entrepierna. No te sorprendes ni siquiera una pizca al tocar mi humedad ahí. Sólo dejas salir un pequeño quejido sordo.

—Levántate y chúpame el pico hasta que yo te diga—murmuró o quizás gruñó.

Yo me levanté obediente y comencé a lamer. Me extrañaba que no utilizaras la fusta conmigo, siempre me ponías en esa posición, en esa mesa, para nalguearme.

—No dije lamer, Mor, dije chupar.

—Lo siento, Señor.

Y comencé a chupar. Meterlo en mi boca una y otra vez, chupándolo hasta donde tú quisieras, apretando tu pene contra mi lengua. Lo hice. Lo hice una y otra vez. Y me encantaba hacerlo.

—Basta ahora.

Obedezco enseguida. Sé cuáles son las consecuencias de no obedecer y poner mis deseos en primer lugar.

Me quedo de rodillas al frente tuyo y acercas tu mano a mi boca.

Te beso la mano y me levanto. Quisiera mirarte una vez más, pero a cambio de aquello sólo bajo mi mirada y me quedo quieta.

—Siéntate en aquel banco y abre tus piernas nuevamente.

Lo hice y tu mirada toco el centro de mi cuerpo con fuerza. Quería que me lo metieses, que me lo metieses bien adentro y que lo hicieras una y otra vez. Sentí vergüenza de mis pensamientos ¡Quería que mi Amo hiciera algo a mi pedido!

Cerré mis ojos.

Y algo inesperado sucedió.

Tus dedos, tus hermosos dedos acariciaron mi mejilla. Podría haber muerto ahí, y haberlo hecho feliz. Podría haber escrito versos para ti.

Bajas tus dedos y acaricias los pliegues de mi vagina. Sólo necesitas del dedo índice para caer rendida.

—Gime.

Lo hago despacio. No se me había permitido gemir desde hace varios meses. No podía hacerlo. Gemir sin el permiso de mi amo me había costado no volver a gemir más. Escucho mi voz, el ronroneo que sale de mi garganta.

—Gime fuerte.

Dices mientras introduces en mí un dedo, dos dedos. Los mueves rápido y me gritas que gima, más y más.

Lo hago, mi señor. Lo hago tan fuerte y tan verdadero sólo para ti, por ti.

—Abre los ojos.

¿Que abra los ojos? Lo hago y sólo alcanzo a ver la punta de tu pene entrando rápidamente. Gimo fuerte y claro. Gimo y te miro—aquel privilegio que extrañamente me estabas dando—y tus ojos son perfectos, tu rostro es perfecto. Tu mirada es simplemente el peor castigo de todos ¿Cómo soportaría ahora mis días sin esa mirada directa en mí?

Me la metes una y otra vez. Fuerte y duro. Me la metes y me sabe a gloria todo. Me sabe a magia etérea volando sobre tu cuerpo.

—Bésame.

Dices y sé qué es lo que sucederá luego. Lo hago y la explosión del orgasmo me llena completamente. Me besas, como si el mundo se fuese a acabar y sé qué es lo que sucederá.

Me dejarás.

Una lágrima desobediente cae por mi rostro y sólo quisiera morir. Me miras y ahora no soy capaz de verte, perdí el privilegio.

—Quedas libre de cualquier ligamento con este lugar. Te libero de tus obligaciones.

Y las palabras resuenan en mis oídos como veneno. Te alejas de mí y extiendes tu mano para pedirme el collar.

La última orden que me darás. Saco el collar de mi cuello y mi vida pareciera irse de repente.

—No quiero una vida sin usted.

Digo y mi mirada sigue abajo, mirando tus pies.

—Ese es el problema, Mortrel. Ahora sale y vuelve a vivir sin mí.

Y aquellas palabras resuenan todos los días que me levanto, todos los días que salgo, todos los días que he estado sin ti.